Pues resulta que no. Resulta que si el padre de Mariloli, que tiene doce años, llega a casa y tiene el día tonto y la viola, y luego sigue haciéndolo repetidamente durante los próximos meses y años, y la muy zorra no opone resistencia que no se doblegue con algunas amenazas y bo

Y es que según el código penal, o como se llame eso que tenemos vigente, y de cuya reforma aquí sólo se habla en serio cuando a un político lo encaloman por chorizo, resulta que la ley, en casos de violación, admite la posibilidad atenuante de que la menor haya dado su consentimiento, cuando la violada tiene más de doce años. O sea que basta que la torda tenga trece primaveras para que el señor juez, de cuyo criterio personal sigue dependiendo la interpretación de los matices de la ley, decida que no ha habido violencia o intimidación in estricto sensu o como carajo se diga, y absuelva al individuo. O como en el caso del fulano que citaba antes, que hizo doblete, le coloque cuatro años por la primera hija y veinte mil duros de multa por la segunda. Dos al precio de una.
Dicho de otra forma: que son todas unas putas y que no se puede ir por la casa de esa forma, provocando al padre que ve tranquilamente el fútbol. No se puede, con lo desarrolladas que ahora están las niñas de trece años, y las modas modernas, y las teleseries y toda la parafernalia, pretender que un padre de familia, que tiene sus necesidades como todo hijo de vecino, no se alivie de vez en cuando. Y si las muy lagartas no quieren, que lo digan. Pero no con la boca pequeña, o sea, no, papi, porfa, ni con ambigüedades que rápidamente disipan un par de bofetadas, sino oponiendo verdadera resistencia: agarrando un cuchillo de cocina -pero sólo para intimidar, porque si lo matan, van listas-, o arrojándose si es preciso por la ventana desde el cuarto piso, llevando en los virginales labios el antes morir que pecar, según el incuestionable ejemplo de santa María Goretti. Todo ello, a ser posible, ante testigos. Pero claro, eso es lo difícil. Lo fácil para esas pequeñas guarras es poner mala cara y protestar de boquilla, y en seguida consentir mientras el padre te quita las bragas; y luego decir es que yo no quería, es que me da miedo, es que me tiene atemorizada desde niña. Es que ustedes no conocen a ese hijoputa. Por suerte aún hay jueces capaces de desafiar lo políticamente correcto y poner las cosas y los atenuantes en su sitio. Jueces que, gracias al Cielo, todavía conservan el sentido patriarcal de la sociedad y la familia -la Biblia proporciona incluso ilustres referencias, como el caso de Lot, al que sus dos viborillas emborracharon, y zaca- y son capaces de interpretar la ley como debe interpretarse: «A ver, niña, ¿te resististe?... ¿Pataleaste durante

Confieso que tengo curiosidad por saber en qué para el juicio de ese otro individuo, a quien a primeros de mes detuvieron en Segovia por violar, según parece desprenderse de la denuncia de la madre y del parte médico, a su hija de 22 meses. Me juego un huevo de pato a que la pequeña zorra -algunas ya apuntan maneras desde la cuna- tampoco opuso demasiada resistencia.
Y ahora, disculpen. Tengo que ir a vomitar.
Por: Arturo Pérez-Reverte